They Saw and Believed

04-09-2023Weekly ReflectionDr. Scott Hahn

Jesus is nowhere visible. Yet, today’s Gospel tells us that Peter and John “saw and believed.” What did they see? Burial shrouds lying on the floor of an empty tomb. Maybe that convinced them that He hadn’t been carted off by grave robbers, who usually stole the expensive burial linens and left the corpses behind.

But notice the repetition of the word “tomb”—seven times in nine verses. They saw the empty tomb and they believed what He had promised: that God would raise Him on the third day.

Chosen to be His “witnesses,” today’s First Reading tells us, the Apostles were “commissioned . . . to preach . . . and testify” to all that they had seen— from His anointing with the Holy Spirit at the Jordan to the empty tomb.

More than their own experience, they were instructed in the mysteries of the divine economy, God’s saving plan: to know how “all the prophets bear witness” to Him (see Luke 24:27, 44). Now they could “understand the Scripture” and teach us what He had told them: that He was “the Stone which the builders rejected,” the one whom today’s Psalm prophesies will be resurrected and exalted (see Luke 20:17; Matthew 21:42; Acts 4:11). We are the children of the apostolic witnesses. That is why we still gather early in the morning on the first day of every week to celebrate this feast of the empty tomb, to give thanks for “Christ our life,” as today’s Epistle calls Him.

Baptized into His death and Resurrection, we live the heavenly life of the risen Christ, our lives “hidden with Christ in God.” We are now His witnesses, too. But we testify to things we cannot see but only believe; we seek in earthly things what is above.

We live in memory of the Apostles’ witness, like them eating and drinking with the risen Lord at the altar. And we wait in hope for what the Apostles told us would come—the day when we too “will appear with Him in glory.”

A service of the St. Paul Center for Biblical Theology - www.SalvationHistory.com.

¿Cómo habrá sido la Resurrección de Jesús? ¿De qué manera sus miembros desgarrados por la Pasión habrán vuelto a la vida, transformándose en un cuerpo glorioso? No lo sabemos: los únicos testigos de este maravilloso evento han sido el sepulcro, los lienzos y el sudario. Estos testigos mudos son los primeros que anuncian que algo totalmente nuevo ha ocurrido.Juan es el primero en escuchar el mensaje de los lienzos y del sudario. Unos días antes había sido el discípulo valiente que permanece firme al pie de la Cruz, junto al Maestro. Ahora, es el discípulo que corre hacia el sepulcro para buscar al Señor.

El mismo que sabe ser paciente en el momento de la prueba es el que se mueve con diligencia durante la búsqueda. Una misma es la fuerza que lo sostiene en todas las situaciones: el amor por el Señor. Y ese amor no queda sin recompensa: Dios le concede una gracia especial para leer en los lienzos plegados y en el sudario enrollado el mensaje más luminoso de toda la Historia: ¡Jesús vive!Pero Juan no es el único que corre en la mañana del Domingo de Pascua.

Antes que él ha corrido María Magdalena. En ella la fuerza del amor también es muy intensa. El cariño por el Señor hizo que se levantara temprano, de madrugada, para servirlo de una manera totalmente desinteresada. Ella solo ha querido tener un último detalle con Jesús, sin esperar nada a cambio. Y será la primera en contemplar al Señor en su gloria, y anunciar a la Iglesia que Él vive.También Pedro sabe correr. Él ha sido un poco más lento para llegar al sepulcro. No tiene la impaciencia de María Magdalena ni la agilidad de Juan. Pero ha llegado al sepulcro y es el primero en recibir las señales de la Resurrección -los lienzos y el sudario- por más que tarde en creer. Quizá porque la herida que lleva es más profunda: al dolor de la muerte del Maestro se añade el recuerdo de haberlo abandonado durante la Pasión. A pesar de todo, también ha sabido correr.

El amor no ha desaparecido: es como una lucecita que tímidamente se va abriendo paso.¡Qué difícil fue para los discípulos creer que Jesús había vuelto a la vida! ¡Y qué difícil puede ser para nosotros aceptar que Jesús sostiene nuestra vida!

A veces, el sepulcro parece que se impone: los problemas en el trabajo o en el hogar, los defectos de nuestro carácter, la oposición a los valores cristianos en ciertos ambientes… Sin embargo, si miramos bien esas situaciones, probablemente encontraremos señales de esperanza, que pueden ser otras personas que tenazmente se mantienen en el bien o una solución que aparece repentinamente. Son señales que están esperando a que las leamos con fe, como los lienzos y el sudario en la mañana de la Resurrección

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